El mundo está cada vez más colonizado por normas
administrativas y jurídicas que regulan el conjunto de actos de nuestra vida
cotidiana. Habermas explica muy bien como la generalización de las acciones
instrumentales poco a poco anula la posibilidad del diálogo, la comunicación, y
el entendimiento entre los sujetos; un modo de colonización del mundo de la
vida por el que cada vez tenemos menos espacios de libertad para la expresión y
la construcción social autónoma. Un proceso de tecnoburocratización de la
práctica donde la derivación económica o administrativa nos somete a una lógica
instrumental absolutamente despersonalizada.
En los últimos años, el incremento del salvajismo económico
y las nuevas tendencias totalitarias en los Estados, traducen un sistema de
institucionalización y control que hace mucho más difícil que los elementos que
estructuran el mundo de la vida -cultura, sociedad y personalidad- gocen de
autonomía suficiente para su pleno y equilibrado desarrollo. Cualquier
posibilidad de conciencia crítica queda mermada por un forma de socialización
basada en el incremento de la norma administrativa y jurídica.
Esa colonización de la vida por la norma alcanza también a
la escuela, el instituto o la universidad. Y desde luego, también a las calles
y plazas de la ciudad. En fin, al conjunto de espacios y tiempos, institucionales
o no, en los que construimos nuestra identidad y socialización. La regulación
constante de la vida por la norma se produce, sin embargo, de un modo
aparentemente banal, poco transcendente, irrelevante, de modo que penetra en la
cultura, el tejido social y las percepciones subjetivas de manera sutil,
haciendo más difícil la respuesta crítica.
Pongamos un ejemplo. Me irritó que de un día para otro me
dijeran que tenía que "programar por competencias" (hacía cuatro días
que nos habían dicho que todos teníamos que ser constructivistas! y ahora
regresaban a los objetivos operativos con otro nombre) Protesté la imposición
de esa norma, pero ciertamente éramos bien pocos y, desde luego, yo continué
programando pensando sobre todo en la calidad y el sentido de las actividades
que proponía en el aula. (Quizá sea necesario añadir que, en el área de conocimiento
que yo cultivo, Didáctica y Organización Educativa, ya desde los años 80 venían
produciéndose investigaciones y tesis doctorales que mostraban el fallido
intento cientifista de la programación por objetivos). Y explicaba allá donde
podía mi negativa a programar según un modelo impuesto de un modo burocrático,
porque una de las características, a mi modo de ver, de la desobediencia es su
carácter público, dejando testimonio de una conciencia política que busca en la
confluencia con los otros la posibilidad del cambio.
Meses más tarde me dijeron que una de las innovaciones del
proceso de Bolonia en la universidad era que el alumnado debería firmar sus
asistencia al aula. Era realmente ridículo ver a los estudiantes firmando sobre
un papelito puesto a la entrada. Yo protesté y me negué a una práctica
institucional que pretendía hacernos creer que alguien esta realmente en el
aula porque firme un papel. Siempre he creído que se está de verdad cuando la
mirada, el corazón, la razón, el deseo, están vivos dentro de esas cuatro
paredes, y eso no ocurre porque calientes el asiento, sino porque realmente se
ha podido encender la llama del deseo por una educación viva y activa, cosa que
no depende de una firma. Sin embargo, veía asombrado a colegas depositando a la
entrada del aula la cuadrícula para las firmas.
Ahora me entero que en algunas escuelas quieren incorporar
la firma digital entre el profesorado. Parecería increíble, si no estuviéramos
asistiendo a ese tsunami del control y la norma. Tan increíble como cuando me
contaron -de esto hace ya tiempo- que el
director y dueño de un colegio privado tenía conectados los interfonos a las
aulas para enterarse de lo que ocurría allí adentro. Una especie de Gran
Hermano antes de que el concepto orwelliano fuera pervertido por la televisión
basura. En fin, pueden continuar los lectores la lista de despropósitos
normativos. El proceso de colonización es constante y continuado. Lo diré de
otro modo: cada día perdemos capacidad de autonomía, de creación de un sujeto
docente con capacidad y voluntad para responder por sus actos. Nos dejamos
hacer, y nos hacen a su manera y conveniencia.
Ante esa presión, política, sólo se me
ocurre una respuesta política: la
desobediencia. Son muchas las luchas que se han ganado porque muchas personas
han decidido no secundar la norma administrativa. Mirad, ahora mismo, la
Plataforma de Afectados/as por la Hipoteca (PAH) y en general, todos los
movimientos sociales que están enfrentándose a diferentes imposiciones
administrativas y jurídicas. Cada día somos más, cada día con más fuerza y cada
día se nos ha de tener más en cuenta. Y creo que esta desobediencia tiene una
pedagogía, una forma de aprendizaje social que nos acerca, nos organiza, y nos
empodera con saberes estratégicos. Es una pedagogía que nutre de conceptos y
procedimientos a la educación pública, que la hace visible, que trabaja desde
proyectos concretos con una clara intencionalidad practica y transformadora. Es
una pedagogía con sujeto, desde el sujeto, desde el cuerpo, las voces y la
experiencia viva de cada cual; pero es una pedagogía dialógica, porque es sólo
desde el encuentro, la escucha y el diálogo con el otro diferente, que vamos
tejiendo redes de acción y redes de poder. Y desde luego, es una
contrapedagogía institucional o una pedagogía no institucional: todos los
procesos institucionales de escolarización están pensados para seguir la norma,
la rutina, la obediencia, la sumisión.
Jaume Martínez Bonafé