Jaume Martínez Bonafé (València, 1950), fue maestro de escuela en sus diez primeros años de trabajo como docente. Es Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación con Premio Extraordinario por la Universidad de Valencia y profesor titular -jubilado- en el Departamento de Didáctica y Organización Escolar de la misma universidad, del que fue su Director entre los años 1999 a 2003. Destacado militante de los Movimientos de Renovación Pedagógica. Ha impartido cursos, seminarios y conferencias como profesor invitado en diversas universidades españolas y de Latinoamérica, figurando en diferentes programas de doctorado. Pertenece al Consejo de Redacción de diferentes revistas científicas de ámbito nacional e internacional. Ha publicado diversos artículos y libros sobre el desarrollo curricular, la formación del profesorado, la innovación educativa, y las políticas de control sobre el curriculum y el trabajo docente.
Es autor, entre otras publicaciones, de: Renovación Pedagógica y Emancipación Profesional, editorial Universitat de Valencia, 1989; Proyectos Curriculares y Práctica Docente, Editorial Diada, 1991; Planificación Didáctica y Profesionalidad Docente, editorial Universitat de Valencia, 1993; Trabajar en la escuela. Profesorado y reformas en el umbral del S.XXI, Ed itorialMiñoyDávila, 1998; Políticas del libro de texto escolar, en Editorial Morata, 2003; Gonzalo Anaya. Converses amb un mestre de mestres, Edit. Tandem, 2004 (en col.laboració amb Conxa Delgado); Ciudadanía, Poder y Educación, Editorial Graó (2005). "La ciudad en el curriculum y el curriculum de la ciudad", Capítulo publicado en el libro: Gimeno, J. (ED) (2010) Saberes e incertidumbres sobre el curriculum. Editorial Morata.“El curriculum y el libro de texto. Una dialéctica siempre abierta”, en el libro: Gimeno, J. (ED) (2010) Saberes e incertidumbres sobre el curriculum. Editorial Morata. “¿Qué le pasa al curriculum?”, en en Cuervo, E. Y Moreno, W. (Coords.) (2020) Lectores y lecturas de José Gimeno Sacristán. Editorial Morata. “Dewey, a pesar do esquecemento”, epílogo del libro John Dewey (2020) Experiencia e Educación. Ed. Kalandraka. En colaboración con J. Carbonell (2020) Otra educación con cine, literatura y canciones. Ed. Octaedro. Coordinó una investigación que fue Premio Nacional de Investigación para el CIDE sobre las posibilidades y los límites de la escuela como esfera pública en tiempos de capitalismo feroz y esclerotización de las democracias, de la que surgieron los materiales Viure la democràcia a l’escola (2000), de edición en castellano con el título Vivir la democracia en la escuela, (2002) editorial MCEP. Tiene publicados capítulos sobre las políticas de control del curriculum y sobre las relaciones entre conocimiento y y poder en el trabajo docente en diversas publicaciones colectivas. Tiene una colaboración fija en las revistas El Diari de l'Educació y en El Diario de la Educación.
Ha escrito y dirigido en el año 2006 el documental de 53’ de Canviar l’escola amb Freinet, producido por la Universidad de València. Fue miembro fundador en representación de la Universidad del Instituto Paulo Freire de España. Ha representado a los Movimientos de Renovación Pedagógica en el Primer Foro Mundial de Educación celebrado en Porto Alegre –Brasil-. Actualmente está dirigiendo investigaciones sobre las políticas de control a través del material curricular, sobre las culturas populares y su relación con el curriculum y sobre la ciudad como experiencia y creación de subjetividad.
Entre sus artículos, puede verse: "Enseñar en la Universidad Pública. Sujeto, conocimiento y poder en la Educación Superior . Revista Aula de Encuentro. Universidad deJaén. Número Especial 2012. pp. 39-52; y "El problema del conocimiento en el triángulo entre capitalismo, crisis y educación". Revista Investigación en la Escuela, no 76, 2012. pp. 7-23.
Otras informaciones en su blog: http://bonafebloc.blogspot.com/
Mi bachillerato nocturno en el Luis Vives (allá por los 60 del pasado siglo)
Jaume Martínez Bonafé
Los recuerdos de mi paso por el instituto Luis Vives son todos en blanco y negro. Las manchas de tinta sobre las láminas de dibujo técnico, el traje gris del profesor, da igual qué profesor, las imágenes en el libro de historia del arte, la cartera de skay imitando a la piel, la envoltura de la merienda, el rostro de los colegas, todo es una lejana neblina sin luz. Debo advertir que yo cursé el bachillerato superior en estudios nocturnos, en medio de las tinieblas del franquismo. El bachillerato elemental lo hice "libre" que quiere decir que durante el curso nos preparaba a unos cuantos el maestro del colegio nacional del barrio y luego íbamos un día del inicio verano, con los pantalones cortos y el escapulario bajo la camiseta de sport, a jugárnosla a una sola carta.
Pues si, yo hice el bachillerato superior nocturno porque empecé a trabajar a los quince años. Y cuando salía del curro, me metía en aquellas aulas lúgubres hasta las diez de la noche, así que los mejores recuerdos de aquella época son los bocadillos que me esperaban calientes sobre la estufa de leña, al llegar a casa tras caminar casi una hora. Aquel instituto era un dispositivo de maltrato a la clase obrera; un evidente desprecio cultural y social sin engañifas ni disimulos. A carne viva. Nunca vi un laboratorio. Aprendí la tabla periódica de los elementos sin saber porqué y para qué. Me inicié en la aversión a la literatura con una versión de la Ilíada y la Odisea que en la pedagogía de una tal Carola Reig era puro vómito. Desprecié el latín tanto como al tío que lo enseñaba entre siesta y siesta. Había un tipo al que llamábamos Pelufo que un día consiguió poner sesenta ceros seguidos en menos de cinco minutos. Nos preguntaba la fórmula de la velocidad y cuando respondíamos "velocidad es igual a espacio partido por tiempo" iracundo estampaba un rosco tras el nombre. Cuando iba ya por la segunda ronda un listo de la clase dijo: "uve es igual a e partido por t", y el ilustre docente le quitó el cero de antes y le puso un 10. De todo aquello, lo que ahora me parece más increíble, es que pudiera estudiar y aprobar Historia del Arte sin haber visto nunca nada que tuviera que ver con el arte. Todo era un insufrible y aburrido dictado de nombres, u otra forma de dictado que consistía en ir subrayando con una regla sobre el libro de texto aquello que el profesor leía en el libro. Me indignaba aquel maltrato y un día fui a reventar en la clase de religión. Aquel inmoral con sotana me expedientó y los primeros recuerdos de solidaridad obrera los tengo de la actitud de protesta y el gesto rebelde de mis compañeros que se negaron a entrar en clase si yo no entraba. Al final pude aprobar, una caritativa e inteligente reflexión de quién sabía que lo mejor era tenerme lejos.
Del instituto Luis Vives recuerdo también la proximidad al barrio chino. Era una verdadera escuela de anatomía en la que nuestros reprimidos ojos adolescentes paseaban las complejas geografías del deseo. Recuerdo el ruido de los centenares de alpargatas arrastrando los pasos, entrecortado por la canción que salía de un pick-up cuando se abría la puerta del bar. En fin, recuerdo también los olores, pero no nos vamos a alargar con esta cuestión tan poco académica. También fue muy divertido que cerca del Instituto se abriera la primera galería comercial de la ciudad. Tenía una escaleras mecánicas, y no hacía falta subir y bajar escalones. Te subía ella sola. Así que muchos de nosotros nos pelábamos las clases para ir a experimentar ese formidable invento del capitalismo de consumo. Se me olvidaba el falangista. Un tipo que nos daba formación del espíritu nacional y que consiguió que lo nombraran diputado en las cortes franquistas. Me parece que se llamaba Lucinio, y era realmente bueno manipulando el alma. Y no olvido el negocio con los libros de texto. El negocio de un par de librerías en el centro, que regentaban el monopolio de la venta, y el negocio de los cátedros del instituto, que vendían aquellos churros como si fueran churros.
Todo esto, por cierto, no sólo lo recuerdo en blanco y negro, también lo recuerdo sólo en lengua castellana.
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EL CINE. Jaume Martínez Bonafé
En las noches de verano de nuestra infancia, de puntillas y apoyados en la barandilla del balcón, mi hermano y yo asomábamos la mirada entre las láminas de la persiana para contemplar, en silencio, medio rostro de Robert Taylor, un pedazo de la espada de un romano, con un poco de suerte los labios de Sofía Loren o escuchábamos emocionados el rugir de un león, la persecución del quinto de caballería a los resistentes apaches o el disparo del sheriff acabando con la vida del bandido de turno. En alguna ocasión llegamos .............
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