Jaume Martínez Bonafé
Pues llega la estudiante en prácticas al centro escolar y la Directora la manda a uno de los barracones prefabricados aprovechando el espacio del antiguo patio de recreo (qué poco valor se le da al juego, el descanso y el esparcimiento, cuando siempre se recurre a robar esos metros!, bueno, y no les cuento lo del superhotel construido sobre los campos de baloncesto de un prestigioso colegio de curas) El caso es que allí va nuestra alumna y se encuentra con un profesor y un grupo de veinte chicos y chicas de lo más variopinto, incluyendo en esta imagen también al profe. Andaban por la lección 17 y el maestro pide abrir el libro e inicia la corrección de unos ejercicios, pero la alumna en prácticas se da cuenta que un grupo numeroso de niños no tiene nada sobre la mesa; y lo más sorprendente era que parecía no importarles; miraban por la ventana, se rascaban o apoyaban la cabeza sobre el brazo. Cuando la estudiante en prácticas se acerca a un chaval y le pregunta por el libro o el cuaderno y el lápiz, el maestro acude hasta el pupitre y en voz alta le dice: no te preocupes, si este no hará nada en la vida, estos son todos un desastre!. Y continúa con lo suyo. Entre el grupo había un niño rumano que acababa de llegar al pueblo, y no entendía ni papa de lo que decía el maestro. Al parecer estaba allí por la edad pero no por el nivel. Y como este chaval, todos los demás: cada uno era una biografía que, en su brevedad, había acumulado ya más heridas que un veterano de guerra en Somalia.
En esta especie de obligada etnografía del terror, nuestra alumna comprueba que el profesor estaba allí no por especiales dotes profesionales para el trabajo con niños y niñas con dificultades, sino porque fue el último en llegar, y ya se sabe, elige lo que los otros no quieren. Así que allí estaban: un profe desganado entre Anaya y Santillana, 20 críos con ojos de no asustarse de nada, y una estudiante de Magisterio muy asustada.
Ustedes me dirán que esto es una exageración o un caso muy particular, nada representativo de lo que hoy está pasando en la escuela pública (bueno, sobre eso de “pública” tendríamos que hablar). Yo también quiero pensarlo así, y desde luego, conozco experiencias de trabajo y esfuerzo por el reconocimiento de las diferencias y la ayuda a los excluidos, que se merecen un Informe Semanal. No crean que lo he traído a colación porque soy un infiltrado en esta revista de la Asociación Terrorista por la Dinamitación de la Escuela Pública (ATDEP). Nada de eso. Sin embargo, más allá de que esto ocurra mucho o poco, a mi, al menos, me da que pensar. ¿Qué está pasando?. En primer lugar, me pregunto por el comportamiento ético y la competencia profesional de un maestro que no sabe leer la realidad; que le vendieron un diploma pero lo convirtieron en un analfabeto del mundo social, cultural y profesional en el que está viviendo. Cuando la estudiante en prácticas detallaba las múltiples barbaridades que se sucedían en aquel barracón, yo recordaba al Freinet que otorga al chaval más conflictivo de la clase un especial protagonismo que hacía que, poco a poco, fuera ilusionándose por lo que pasaba en el aula. Recordaba a Lorenzo Milani, o Makarenko, en fin, a las pedagogías que reconocieron al sujeto y se comprometieron con un proyecto educativo emanciptorio. No se si las conocía este profesor: tal vez se examinó de ellas y aprobó la asignatura. O tal vez nadie le hablara de ellas, y piense que Freinet es una marca de cava y Makarenko un futbolista. Da igual, la cuestión es que las narrativas pedagógicas en las que se debería enraizar y sustentar un proyecto pedagógico adaptado “a las necesidades” pero sobre todo “a los derechos” de los niños, ese proyecto ha desaparecido de las competencias profesionales del docente. Y así nos va. Me pregunto, igualmente, por el comportamiento ético y la competencia profesional de la directora, del claustro, ¿y qué hacía el inspector o la inspectora? ¿y los padres y las madres? ¿Cómo vamos a hablar de “escuela pública” si la convertimos en un lugar del que todo el mundo quiere huir? ¿Y qué queremos que aprendan nuestros estudiantes futuros docentes?
Por cierto, un día el maestro le dijo a la alumna en prácticas que se marchaba a hacer unas fotocopias, y cuando regresó al cabo de más de media hora, el aula era un auténtico campo de batalla donde los bofetones y los arañazos otorgaban al escenario un colorido subido de tono. ¡Pues claro!!
(Publicado en la Revista Escuela.)
me hago seguidora de este blog! que siempre está bien leer buenos textos, reflexionar y compartir! fuí alumna de educación social hace unos 3 o 4 años y será un placer seguirte por este medio! que vaya bien!
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