Jaume Martínez Bonafé
Salen las Matemáticas del aula y entra el Lenguaje y no se dicen ni hola. Andan el Latín y las Naturales venga el roce diario dentro de la mochila y ni se conocen. Peor es lo de la Geografía que está a una página de la Historia, dentro del mismo libro, y no se han hablado nunca. Tampoco se hablan la Educación Física, o la Filosofía y la Educación Ambiental. Y no te digo ya lo de la nueva, Educación para la Ciudadanía, que hay días que ni viene. ¿Porqué se darán la espalda las asignaturas del curriculum? No digo los profes que las imparten, pues ese sería otro tema y otro problema. Digo las asignaturas, o disciplinas. Unas primero y otras después, unas más arriba que otras, unas con más horas, otras con menos, unas dicen que son más importantes, otras que menos, pero ni se dan la mano, ni se conectan, ni se relacionan, ni se buscan en lo que puedan tener de común y universal, para saber también mejor lo que tienen de diferentes. ¡No hay manera!
Dicen las disciplinas del curriculum que llegan a la escuela para preparar para la vida –adulta, o del futuro, digo yo-, pero entran en el aula dando codazos y al final la vida escapa aterrorizada por una ventana. Mi maestro decía que me quedaba alelado mirando a las moscas, y yo creo que era porque me atontaban las Ciencias Naturales. Muchas veces me preguntaba si me había quedado mudito y yo creo que era por culpa del Lenguaje, que estudiábamos en completo silencio. Un día descubrí que con las disciplinas había preguntas que debía responder, y ejercicios y deberes para casa –muchos-, pero no existían los problemas. Quiero decir, problemas. No de esos de “un tren sale de Barcelona…” sino problemas de verdad, problemas de la vida real. Y creo que es porque las disciplinas no saben resolver los problemas de la vida, que ellas ya tienen los suyos propios. Y porque son muy egoístas, y no se hablan, y así es imposible acudir a los problemas de la vida real.
Yo creo que las disciplinas se creen que viven entre los castillos de la Edad Media, y por eso para ir a la escuela se ponen armadura. Y la armadura de las disciplinas son los libros de texto. Ahí dentro se esconden y se protegen. Yo siempre he conocido a las Matemáticas metidas en el disfraz del libro de texto. Un día me dijo un amigo que cuando iba a un restaurante utilizaba el lenguaje y las matemáticas y yo le dije que esos eran en minúscula, no llevaban acarreada una nota y además se hablaban entre sí, y que los de la Escuela eran otro Lenguaje y otras Matemáticas. Conozco a una chica que ha sacado muy buenas notas en Lenguaje y no sabe escribir. Y cuando comentamos el suceso me dijo que sólo escribía para los exámenes, o para la realización de los ejercicios, o lo que le mandaran escribir. Que ella, lo que se dice escribir, escribir, escribía en el messenger.
Bueno, el caso es que las disciplinas o asignaturas no hablan entre sí. ¿Porqué será? Yo creo que es porque les falta imaginación y creatividad para encontrar un espacio común desde el que abrir un diálogo fructífero. Decía John Dewey –en Democracy and Education- que la culpa la tenía el triunfo en la escuela de la psicología “intelectualista” frente a la psicología “de la acción” que él propugnaba. Eso era en el mil novecientos dieciséis y aunque a este autor en los manuales de pedagogía se le llama “el padre de la educación renovada” lo cierto es que no parece que se le haya hecho mucho caso. Decía Dewey que la educación no debe pretender un tipo de perfección abstracta, que al contrario, es un proceso de vida y no la preparación para la existencia del adulto en el sentido formal. También decía que el pensamiento no se forma en abstracto, ni por acumulación de informaciones; que se forma cuando un interés de adaptación lo lleva a crear una solución propia a un problema. De muchas formas distintas esta idea la vengo escuchando desde que empecé a estudiar Magisterio, y un profesor admirable, Gonzalo Anaya, la desarrolló con magistral didáctica. Pero no parece haber llegado todavía a las Direcciones Generales y a las emisoras de radio de los tertulianos, que es donde parece que hoy se cultiva la “ciencia” de la educación.
Por eso yo hoy, más tímidamente, no pediré lo que sugería aquel señor: que se trabajase por proyectos donde la escuela se convirtiera en un laboratorio de la sociedad –una embryonic society-, la experiencia social el punto de partida y la unidad entre pensamiento y acción, el sentido del trabajo escolar. No, no. Yo simplemente les pido a las asignaturas que cuando lleguen a la escuela sean un poco menos autistas, y que de vez en cuando se den un abrazo, caramba! ¡¿Tanto les cuesta?¡¡
(Publicado en la revista Escuela, 2010)
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