miércoles, 6 de julio de 2022

El cuerpo entre la escuela y la ciudad

Jaume Martínez Bonafé. 


 Fui a una escuela donde el cuerpo era la pizarra en la que el fascismo, a golpes de vara, dictaba su pedagogía del terror. Viví la escuela de la dictadura franquista, y allí el cuerpo estaba negado, silenciado, reprimido, ignorado. El cuerpo reprimido. El alma secuestrada. La razón despreciada. El nacionalcatolicismo se encargó de poner la música, así que a los golpes del maestro les acompañaba el temor al pecado que, como saben ustedes, se originó con el cuerpo. 

 Durante los años de mi escolarización primaria sufrí diariamente un insistente discurso sobre el cuerpo, basado fundamentalmente en las negaciones. Si el discurso, en un sentido foucaultiano, pone en relación formas de habla con prácticas institucionales, aquellas escuelas en sus constantes prohibiciones iban conformando el lenguaje moral que arropaba nuestros cuerpos. Nos quedaba la calle, el extrarradio de la ciudad, la huerta, el campo, la playa, los futbolines del barrio con su gramola, las salas de cine, … lugares para la contrahegemonía infantil y juvenil, si me permiten la expresión. Pero en la escuela aprendíamos lo que "nuestros mayores" decían que podía y no podía hacerse, lo que se debía y lo que no se debía. Una forma más de preservar lo social, una forma más de reproducción social a través de una pedagogía de la intervención corporal. 

 Mis primeras nociones sobre el modo en que el nacionalcatolicismo entendía la salud, el sexo, el crecimiento, la higiene, la alimentación, el deporte o el juego, y de cómo esto era diferente para chicos que para chicas, lo aprendí en la escuela. Debo advertir que en aquella época todavía nos separaban en escuelas de niños y escuelas de niñas. En fin, una matriz social y escolar en la que nos fueron conformando como sujetos sujetados. 

 Traigo aquí estas circunstancias personales, que desde lo subjetivo se enraízan en lo ideológico y estructural, porque observo con preocupación que una vez más se confirma esa ley histórica que viene a recordarnos que nada es permanente y todo está sometido a los vaivenes con que desde una determinada correlación de fuerzas se va construyendo nuestra realidad social. Aquella casposa estrategia de disciplinamiento y control del franquismo está hoy a la vuelta de la esquina y cada vez escucho con más insistencia y mejores amplificadores mediáticos el discurso autoritario del sometimiento del cuerpo a las violencias culturales del fascismo. Formé parte de un esforzado, valiente y comprometido movimiento de maestros y maestras que durante la dictadura, la transición y la posterior consolidación de la democracia formal fueron sacando de la escuela pública los “valores” franquistas y sus herencias testamentales. Muchos recordarán, por lo que tiene de valor simbólico, el momento en que fueron cayendo de la alcayata de la historia, los rostros enmarcados de José Antonio, Franco, el crucifijo, y algún otro trasto. No es banal esta memoria. Es la miope desmemoria la que abre el paso de nuevo a un discurso que siendo siempre obsoleto sometió durante muchos años nuestra escolarización exaltando con determinadas imágenes y símbolos la normalización según la moral conservadora. 

 Este asunto, por cierto, ha sido tratado con mucha más profundidad y sutileza de como yo lo hago, por el investigador colombiano William Moreno: El cuerpo en la escuela: los dispositivos de la sujetación. Sin embargo, siendo muy preocupante el modo en que se articula directamente en el cuerpo la norma cultural de la escuela, no cierro el texto sin apuntar antes una nueva cuestión, una llamada de atención hacia los procesos de subjetivación y creación de identidad no sólo en el ámbito institucional de la escuela sino en el mas amplio, basto y complejo espacio social de la ciudad. Y propongo dar el salto en la mirada desde el cuerpo domesticado en la escuela al cuerpo mercantilizado en la ciudad. Vengo defendiendo que la experiencia de la ciudad produce potentes significados que subjetivizan, que crean identidad, por eso defendí que la ciudad es también currículum y por tanto experiencia y posibilidad alfabetizadora también sobre los cuerpos. Suelo citar los versos de Rainer-María Rilke en su Diario Florentino “…no hablo de la ciudad sino de aquello en lo que a través de ella nos hemos convertido”. Todo aquello que nos pasa, por lo que pasamos, y en ese modo de ir conformando el sentido y las experiencias de la vida, en ese modo de ir significando la vida, nos vamos haciendo y nos van haciendo. 

 Pues bien, hay un curriculum en la ciudad que construye toda una teoría sobre el cuerpo. He utilizado a menudo el ejemplo del Gran Centro Comercial, el verdadero libro de texto de nuestra época, un lugar en el que desde la omnipresencia de la mercancía se construye un potente discurso sobre el cuerpo, el amor, el vestido, la sexualidad, el consumo, el viaje, la vivienda, la alimentación, la familia, ...en fin, el cuerpo en la vida cotidiana. El lector o lectora puede encontrar nuevos ejemplos. Dejo aquí el apunte y me quedo con aquella tesis de Foucault defendiendo que la sujeción de los cuerpos nunca es absoluta y que también en el cuerpo se producen políticas de resistencia.

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