miércoles, 28 de septiembre de 2011

Los Olvidados. Memoria de una pedagogía divergente

Los Olvidados.
Una primera versión de este texto, publicada en Cuadernos de Pedagogía en pleno proceso de lo que se conoció como la Reforma, generó en diferentes contextos de formación docente reflexiones y debates intensos. Una segundo versión está publicada como capítulo VII en el libro MARTÍNEZ BONAFÉ, Jaume (1999) Trabajar en la Escuela. Profesorado y reformas en el umbral del siglo XXI. Madrid, Miño y Dávila Edit.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Recortes, o ¿cómo lo llamamos?


Jaume Martínez Bonafé
Que el capitalismo salvaje está que se sale es una obviedad y a los gestores del dinero público no se les ocurre otra cosa que engrasar su descontrolada maquinaria. Decir que se cierran servicios de urgencia en los hospitales o que se dejan de contratar a miles de profesores y se aumentan las horas lectivas de quienes se quedan en el aula, sin decir nada de los 6000 mil millones que se lleva la Iglesia o el aumento de presupuesto en gastos militares, tiene un nombre. Ponernos a todos y todas dentro de un coche para poder ir a trabajar, y aumentarnos el precio de la gasolina, o bajarnos el sueldo mientras aumenta el precio de los alimentos, también tiene un nombre. Y además lo televisan, le dan publicidad, nos lo echan a la cara. Lo que dice Esperanza Aguirre que se ahorra en los recortes a la educación pública es la sexta parte del presupuesto del Real Madrid CF para esta temporada. No tiene nada que ver, vale. Tampoco tiene nada que ver que una tal Cospedal gane trabajando en la política casi veinte veces más que una maestra, son servicios públicos distintos. Vale. Pero todo esto tiene un nombre, ¿no?.
¿Cómo lo decimos, cómo nos lo explicamos, cómo lo contamos en la escuela?. Seguramente nuestros curricula son muy extensos y no nos da tiempo a nada más allá de los problemas de matemáticas o los análisis gramaticales, pero ahora recuerdo aquello de la "lección ocasional". Llueve tras los cristales, hay un maremoto en Japón o es el aniversario de Maripili y detenemos el curriculum para ocuparnos del asunto. Pues oiga, esto es bastante más serio. Habrá que parar la escuela de siempre para que entre en las aulas el análisis de la vida cotidiana. Es un derecho de la ciudadanía y un deber del servidor público. Explicar lo que pasa. Comprender lo que nos pasa. Y decidir sobre lo que nos pasa. En algunas asambleas del 15M se han empezado a elaborar guías didácticas y materiales para trabajar en las aulas el análisis de todas estas políticas de la barbarie. Pues antes que nos reformen o supriman el art. 27 de la Constitución -obviamente, sin consulta popular-, me parece que es una de las tareas prioritarias de la función pública de la educación.
(Publicado en Cuadernos de Pedagogía, oct. 2011)

martes, 6 de septiembre de 2011

Mi bachillerato nocturno en el Luis Vives (allá por los 60 del pasado siglo)

Jaume Martínez Bonafé

Los recuerdos de mi paso por el instituto Luis Vives son todos en blanco y negro. Las manchas de tinta sobre las láminas de dibujo técnico, el traje gris del profesor, da igual qué profesor, las imágenes en el libro de historia del arte, la cartera de skay imitando a la piel, la envoltura de la merienda, el rostro de los colegas, todo es una lejana neblina sin luz. Debo advertir que yo cursé el bachillerato superior en estudios nocturnos, en medio de las tinieblas del franquismo. El bachillerato elemental lo hice "libre", que quiere decir que durante el curso nos preparaba a unos cuantos el maestro del colegio nacional del barrio, y luego íbamos un día del inicio de verano, con los pantalones cortos y el escapulario bajo la camiseta de sport, a jugárnosla a una sola carta. Pues si, yo hice el bachillerato superior nocturno porque empecé a trabajar a los quince años. Y cuando salía del curro, me metía en aquellas aulas lúgubres hasta las diez de la noche, así que los mejores recuerdos de aquella época son los bocadillos que me esperaban calientes sobre la estufa de leña, al llegar a casa tras caminar casi una hora. Aquel instituto era un dispositivo de maltrato a la clase obrera; un evidente desprecio cultural y social sin engañifas ni disimulos. A carne viva. Nunca vi un laboratorio. Aprendí la tabla periódica de los elementos sin saber por qué y para qué. Me inicié en la aversión a la literatura con una versión de la Ilíada y la Odisea que en la pedagogía de una tal Carola Reig era vomitiva. Desprecié el latín tanto como al tío que lo enseñaba entre siesta y siesta. Había un tipo al que llamábamos Pelufo que un día consiguió poner sesenta ceros seguidos en menos de cinco minutos. Nos preguntaba la fórmula de la velocidad y cuando respondíamos "velocidad es igual a espacio partido por tiempo" iracundo estampaba un rosco tras el nombre. Cuando iba ya por la segunda ronda un listo de la clase dijo: "uve es igual a e partido por t", y el ilustre docente le quitó el cero de antes y le puso un 10. De todo aquello, lo que ahora me parece más increíble, es que pudiera estudiar y aprobar Historia del Arte sin haber visto nunca nada que tuviera que ver con el arte. Todo era un insufrible y aburrido dictado de nombres, u otra forma de dictado que consistía en ir subrayando con una regla sobre el libro de texto aquello que el profesor leía en el libro. Me indignaba aquel maltrato y un día fui a reventar en la clase de religión. Aquel inmoral con sotana me expedientó y los primeros recuerdos de solidaridad obrera los tengo de la actitud de protesta y el gesto rebelde de mis compañeros que se negaron a entrar en clase si yo no entraba. Al final pude aprobar, una caritativa e inteligente reflexión de quién sabía que lo mejor era tenerme lejos. Del instituto Luis Vives recuerdo también la proximidad al barrio chino. Era una verdadera escuela de anatomía en la que nuestros reprimidos ojos adolescentes paseaban las complejas geografías del deseo. Recuerdo el ruído de los centenares de alpargatas arrastrando los pasos, entrecortado por la canción que salía de un pick-up cuando se abría la puerta de un bar. En fin, recuerdo también los olores, pero no nos vamos a alargar con esta cuestión tan poco académica. También fue muy divertido que cerca del Instituto se abriera la primera galería comercial de la ciudad. Tenía una escaleras mecánicas, y no hacía falta subir y bajar escalones. Te subía ella sola. Así que muchos de nosotros nos pelábamos las clases para ir a experimentar ese formidable invento de capitalismo de consumo. Se me olvidaba el falangista. Un tipo que nos daba formación del espíritu nacional, y que consiguó que lo nombraran diputado en las cortes franquistas. Me parece que se llamaba Lucinio, y era realmente bueno manipulando el alma. Y no olvido el negocio con los libros de texto. El negocio de un par de librerías en el centro, que regentaban el monopolio de la venta, y el negocio de los cátedros del instituto, que vendían aquellos churros como si fueran churros.
Todo esto, por cierto, no sólo lo recuerdo en blanco y negro, también lo recuerdo sólo en lengua castellana.