Jaume Martínez Bonafé.
Ramón
tenia nueve años cuando yo era su maestro en la escuela pública de la Pobla de
Vallbona, allá por el final de los años setenta. Aquel niño de cabellos
revueltos y rodillas marcadas por los golpes del juego y las aventuras de los
huertos, estaba prematuramente etiquetado como un desastre, como un fracasado
escolar. Así me lo presentaron los colegas, así lo certificaba el Libro de
Escolaridad, y así parecían percibirlo la familia y los vecinos.
Sin
embargo, muy pronto Ramón empezó a ser un niño muy admirado por sus amiguitos y
amiguitas de la clase, y desde luego, también por su maestro. Todos y todas
esperábamos ansiosos, cada mañana, que se abriera la puerta del aula (claro!
siempre con unos minutos de retraso) y apareciera Ramón. El chaval sacaba de su
maltrecha mochila un papel arrugadito que, a menudo, adornaba con alguna mancha
de aceite, subía a la tarima de madera que algún día fue territorio exclusivo
del maestro, y se ponía a leer. Entonces salían de aquel papel las historias
más hermosas, más imaginativas y más divertidas que ustedes puedan suponer.
Todos nos quedábamos en silencio, atentos y expectantes, y poco a poco las
miradas de las niñas y los niños se encendían con aquellas historietas.
Yo
aprovechaba aquellos textos libres, aquellas creaciones literarias, para trabajar otro curriculum, de otra
manera. Con Ramón dibujábamos, medíamos, contábamos, discutíamos, escribíamos,
pensábamos, viajábamos, leíamos, cantábamos, sentíamos, aprendíamos. Desde los
textos de Ramón recuperé la cultura popular, la experiencia de la vida
cotidiana, lo deseos de los niños, los proyectos que ilusionaban, los saberes
que se dejaban querer, los territorios y culturas que se dejaban explorar. Yo
empezaba por entonces a ensayar la pedagogía freinet y tenía muy claro que la
escuela debia estar al servicio del pueblo, y no al contrario. Nunca olvidaré, además, el tierno y afectivo
reconocimiento del grupo hacia este amiguito, al que se le otorgó, dentro del
territorio libre del aula, la autoridad de ayudarnos a todos a crecer y a
experimentar el verdadero sentido de vivir. Con Ramón entraba en el aula el
sujeto, la biografía, la palabra propia, el deseo.
Supongo
que se dan ustedes cuenta que no estoy hablando de didáctica, sino de política.
De un modo de entender la escuela, el maestro y el curriculum, nacido del deseo
de emancipación, de la voluntad de resistir las presiones de la escuela
repoductora de la desigualdades sociales y buscar espacios para ensayar
pedagogías libertarias. Fue seguramente ese deseo emancipatorio el que me
acercó a la intuición y el ensayo de partir y reconocer, precisamente, lo que
la escuela oficial, la del éxito de unos para el fracaso de otros, despreciaba:
el "fracasado escolar".
(Publicat
en la Revista Cuadernos de Pedagogía)